sábado, 30 de abril de 2011

Boda Real. Eventos para reflexionar

Frente al nutrido elenco de fiestas y tradiciones en nuestra comarca, aún pervive en nuestra retina la resaca (aún no poniendo interés en la noticia) de la boda del Príncipe Guillermo de Inglaterra y Kate Middleton. Prácticamente todos los medios de comunicación dieron cobertura ayer a un acontecimiento que fue de dimensión mundial, a tenor de las estadísticas y del share que presentan las productoras televisivas del planeta. Estos eventos históricos de tanta resonancia supongo que tendrán y servirán para estudios de mucha enjundia (sociológicos, psicológicos, sociales, etc.), porque movilizar a buena parte de los ciudadanos de la tierra tiene su interés. Los mass media son contundentes dinamizando a las audiencias, sembrando el caldo de cultivo durante semanas y propiciando un ambiente de expectación. Está claro que nos llevan donde quieren y son un  auténtico poder, y eso precisa ya de muy poco comentario. Más interesante me resulta saber qué es lo que se cuece debajo de todo ello, la sensibilización social hacia estos temas y las motivaciones ciertas de tantísimos espectadores: ¿Monotonía vital o simple colorido? ¿Necesidad de romper con la debacle económica y gratificar la vista? ¿Secuela histórica de unos rituales tradicionales?  Se me ocurren muchas hipótesis para plantear el problema, que sin duda es arduo y cargado de matices. Lo más curioso es que, si se hace una lectura un poco crítica, más allá del colorido y el populacheo, de la simple y llana manipulación de la televisión..., etc., se llega a conclusiones un tanto tristes. Las referencias básicas de lo que se ve y oye caminan por los mismos derroteros, y su análisis superficial nos deja temblando: Es una boda real de pompa de una "casta"; esencialmente aparecen individuos que no son representantes de las naciones (aunque también los haya, pero en segundo plano, que además no interesan), ni se distinguen por sus capacidades especiales, por su formación, por sus genialidades..., por apoyos a las causas sociales o humanitarias; se enaltecen ante nuestros ojos con lujosísimos atuendos (reforzados por los periodistas como si fueran en algo mérito suyo, que no creo, porque tienen asesores que los visten) quedando revestidos como seres superiores (guapos, elegantes, inteliges las más de las veces...) y como lo que son, príncipes tradicionales (herederos de viejas y rancias monarquías) de otros tiempos; sus formas y ornamentaciones materiales y ambientales derrochan ingentes capitales económicos que, supongo, valdrían para recurerar a muchas de esas gentes que hoy mismo no van a comer, de niños que no van a estudiar en el tercer mundo, de enfermos que morirán sin un médico a su lado. Lo curioso -como digo- es que todos hacemos de estos eventos una lectura completamente desatinada, desajustada a la realidad económica, política y social y nos quedamos tan contentos. Día a día nos dejamos los huesos enseñando a nuestros alumnos los valores tan importantes de igualdad y libertad (como dicen las constituciones occidentales: todos somos iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social), los principios de solidaridad (económica, etc.), la representatividad política y los desarrollos integrales de las personas. Pues bien, estas panorámicas televisivas vienen a contradecir bastante esas igualdades, representatividades, poderes del estado democrático, soberanía nacional, solidaridades, etc. Y lo ensalzamos con orgullo y los elevamos a la peana de nuestros máximos intereses. Resulta un asunto de bastante interés para analizar en profundidad.

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