sábado, 4 de junio de 2011

El Arte..., la cara hermosa de la Historia

SI VOLVIERA A NACER..., ESTUDIARIA DE NUEVO ARTE. Decía José Antonio Marina que la gran creación del ser humano es (y debe ser) la Ética, y personalmente creo que el Arte no debe de andarle muy a la zaga. Sobran razones de peso para justificar una de las parcelas más relevantes del homínido y su desarrollo evolutivo. Nada como las manifestaciones artísticas de la humanidad para acreditar desde los orígenes no solamente una capacidad mental superior a los animales (que es obvio), sino para desarrollar una sensibilidad completamente inherente a nuestra especie, que se ha ido pergeñando al tenor de los siglos y que sigue siendo muy expresiva de nuestras potencialidades creativas. En esencia se puede decir que los seres humanos nos caracterizamos de una forma unívoca por ser capaces de realizar obras de arte, de ser creativos, de encontrar posibilidades múltiples en todos los ámbitos...; pero sobre todo alcanzando formas bellas, satisfactorias a la mirada de los otros (de todos). Ahí es precisamente donde reposa el cenit del desarrollo y la comprensión de esta faceta humana, en la realización de producciones (de distinta naturaleza, arquitectura, escultura, pintura, etc.) que son sublimes, capaces de elevar nuestro espíritu a las cotas más altas de nuestra sensibilidad. En el ámbito de la docencia, la Historia del Arte supone acercarnos al estudio de la cara más hermosa del pasado del hombre; porque estudiar la evolución artística representa interpretar las producciones más bellas de nuestros antepasados, los mejores logros en el ámbito de la materialidad y la espiritualidad. Cada etapa histórica se puede perfectamente sintetizar con sus monumentos, con su patrimonio material y los instrumentos ornamentales de diferente naturaleza. El Arte no solamente refleja la capacidad técnica y su evolución, sino los valores culturales desglosados en una amplísima nómina: Desde las actitudes y creencias más primarias al pensamiento netamente religioso; pasando por las tradiciones y estilos de vida; formas económicas y principios políticos. Todo ello quedó impregnado en las manifestaciones artísticas. Por ello, en el estudio del Arte debemos realmente abordar la comprensión de la Historia desde otra perspectiva menos manida que la tradicional (Más centrada en hechos sociopolíticos y económicos). Muy poco tendríamos que esforzarnos para convencer a cualquiera del valor intrínseco de esta magnífica disciplina: ¿Quién duda de que los templos o pirámides egipcios son los mejores cicerones para comprender aquella civilización?, ¿Quién no entiende que las catedrales románicas y góticas, claustros y abadías representan en sus piedras el alma del Medievo?; ¿Podría alguien ignorar las capacidades personales, creativas y artísticas de los hombres que nos dejaron métodos, formas de hacer y comprender la realidad como Gioto, Durero o Zurbarán? Esa es una de las facetas más bonitas e imprescindibles para comprender la Historia del Arte y la vida misma en el pasado, porque gracias a los prodigiosos artistas y sus legados entendemos también la grandeza del ser humano y sus posibilidades; hombres de la talla de Tiziano o Velázquez, con una retina prodigiosa, nos enseñaron a entender la captación y conceptualización de la realidad misma; pero otros como Renoir, Cezanne, Monet o Picasso nos demostraron con sus pinceles que la realidad misma se construye con la mente del hombre en un ejercicio técnico y espiritual de malabarismo mágico. ¿A quién no le suscita curiosidad desentrañar los contenidos del Guernica o las esencias técnicas de Braque o Juan Gris? Asimismo los arquitectos del pasado supieron ensalzar los hábitats del hombre a la categoría de obras de Arte, superando la naturaleza simplista de la habitabilidad y subsistencia: Desde esos griegos –gigantes en creatividad– que concibieron los templos como grandes esculturas para residencia de los dioses del Olimpo, a ese Renacimiento que edulcora los palacios y residencias de nobles y burgueses adinerados para pregonar los nuevos aires de la Historia, cargados de transformaciones sociopolíticas y económicas (Capitalismo). Difícilmente comprenderíamos nuestro mundo urbanita (Contemporáneo) sin esos prolegómenos arquitectónicos de la Escuela de Chicago, o los maravillosos constructivistas y organicistas que supieron encontrar nuevas dimensiones en la arquitectura, a la ciudad y sus entornos (Corbusier, Frank Lloyd Wright, etc.). La Historia del Arte es y debe preocuparse siempre por la comprensión de nuestra misma naturaleza, de la evolución en las formas y gustos. La interpretación de cómo hemos mirado la realidad defendiendo –curiosamente– postulados estéticos diferentes; porque ahí está también el quid de la cuestión, del estudio y del análisis más satisfactorio: Entender los cambios en los gustos y concepción de la belleza; así como las razones y criterios que alteran nuestra mirada. La disciplina que nos ocupa constituye sin duda esa piedra de toque en la que se conjuga la Historia (en su vertiente más clásica) y las Bellas Artes, porque en definitiva supone tocar con las llemas de los dedos lo mejor del ser humano, lo más hermoso que ha producido en todos y cada uno de los momentos del pasado: La belleza, la creatividad y la capacidad técnica. Creo sinceramente que merece la pena profundizar en un campo científico y docente tan bonito, tan amplio..., y a veces tan desconocido, ¿ALGUIEN DA MÁS?

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