miércoles, 27 de julio de 2011

Somalia se muere

Nada nos conmueve. Bueno, con matices. Desgraciadamente la primera aseveración es completamente cierta para el país del cuerno de África, que se muere de hambre sin que el mundo rico se inmute, o lo hace levemente como a quien le pica simplemente un insecto. En los últimos días los medios de comunicación nos alertan de nuevo de la tremenda hambruna que sufre Somalia, aunque las llamadas de atención son flor de un día, y a penas si alcanzan a sensibilizar nuestros vientres agradecidos del occidente rico. Puede considerarse una de las mayores tragedias del mundo, y a diario vemos en televisión gentes desnutridas, niños esqueléticos y ojos desorbitados, pero parece que la cosa no va con nosotros. Nos sensibilizamos como corrientes eléctricas –con razón– ante las catástrofes europeas y americanas, ante los trágicos atentados terroristas y de locos como el de Noruega (con 60, 70, 90 fallecidos), pero curiosamente nuestra inteligencia se embota ante situaciones como las de África, cuando están muriendo un niño cada cinco segundos. Curiosamente, eso no lo vemos. El primer mundo está lamentablemente anestesiado ante un país con un territorio poco más o menos que España, con diez millones de habitantes de los que más de cuatro pasan hambre y se mueren. Qué cruel es la realidad para quienes han tenido la desgracia de nacer al otro lado del mundo. Nos quejamos sobremanera de una crisis económica aterradora que nos deja sin casas y en paro, pero no pensamos en esos ciudadanos del mundo (Que desgraciadamente no lo son) que no tienen donde caerse muertos; que solamente comen al día una vez algún resquicio de frijol, maíz o el socorrido arroz. En estos días de crisis mundial vemos cómo los bancos nacionales y países de nuestro entorno son auxiliados con cientos de miles de millones de euros para sostener la economía de nuestros ricas ciudades, para financiar nuestro bienestar y nuestro ego capitalista, pero con una ceguera demencial ignoramos que bastarían poco más de mil quientos millones de euros –qué es una cifra ridícula– para solventar el hambre de Somalia. Desgraciadamente la situación política de estos países es caótica y están completamente desarticulados; allí triunfa el desorden y la ignominia, el dominio de los señores de la guerra y los enfrentamientos tribales, y nada se puede esperar de un clima bélico que persiste durante décadas. Algo tendrían que decir sobre ello los potentados americanos y otros, que miran para otro lado dejando que esta parte del mundo fenezca en la sombra más calamitosa del hambre. Occidente insensibilizado tampoco es capaz de responder con eficacia en la manera que se requiere, y las precarias ayudas apenas si pueden siquiera llegar a las tierras del Sur, controladas por ese dispendio de clanes y grupos armados que ven en nuestras ayudas un intento de interferir en sus cuitas. Lamentable espectáculo de insensibilidad, de impotencia y de crueldad, porque Somalia se muere ante nuestros ojos. Y no somos capaces de verlo.
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