domingo, 11 de septiembre de 2011

Gigantes de la bicicleta


En el ocaso vacacional llega a Madrid la Vuelta ciclista, pletórica de suspense hasta el último minuto. Esa es la guinda de este deporte apasionante en el que día a día se juega la carrera y la vuelta, que siempre es especial, a pesar de la sempiterna pugna con el Tour de Francia. Nos faltan adjetivos para calificar a estos gigantes sobrehumanos, que en poco más de veinte días han recorrido 3300 km. (21 etapas). Es cierto que cada vez que el ciclismo –como todo en la vida– participa de los avances técnicos y humanos, y observamos maravillosos cambios electrónicos y juegos de piñones, estratégicos equipos y dietas alimentarias estudiadas científicamente; pero aquí triunfan los campeones de verdad, porque la sinceridad se impone en el ciclismo. Aquí se necesitan piernas y corazón, deportistas valientes y capacitados. Todos, absolutamente todos, merecen nuestra mayor consideración, porque hay que ser especial para entrar en este exclusivo club de esforzados. Los triunfadores son de otra masa, porque aquí no valen las medias tintas de los explosivos montañeros, ni los avezados esprínter que vuelan en la línea de meta, ni las pájaras repentinas que te dejan en la cuneta, sino campeones completos y equilibrados; y por ende, generalmente humildes, pues saben muy bien el percal de lo que se juega, dónde y cómo, y para ganar hace falta sangre, sudor y lágrimas.  Las verdades se juegan en soledad, ante el peligro de los rivales, del crono y la climatología; sin más auxilio que las piernas y la cabeza de cada cual. No basta con tener un buen equipo ni un magnífico director, ni capacidades especiales, ni a la diosa Fortuna de tu parte (que también es necesaria), hace falta todo a un tiempo y aún no basta. Muchos deportes exigen esfuerzos y cualidades, pero el ciclismo constituye un caso antológico de fuerza, ilusión y sacrificio. La recompensa de los mejores se acredita con la memoria incólume de los grandes de la Historia, pues todos tenemos in mente a Eddy Merckx,  Indurain, Hinault, Armstrong, etc.; también los nuestros de mayor apego como Luis Oñaña o Bahamontes, secundados más recientemente por los aguerridos Perico, Cubino, Freire, Contador, Igor Antón, etc. Lo mejor de este deporte lo tenemos en la afición, en la pasión que desprende en jóvenes y mayores, en el ambiente festivo que recorre los kilómetros, que moviliza pueblos y ciudades sin tener un poder mediático tan fuerte como otros deportes.
La Vuelta de este año ha resultado apasionante por el dinamismos de los liderazgos, por el esfuerzo imprimido por los protagonistas y la valentía y arrojo de algunos dando siempre espectáculo (Purito), pero también por el recorrido que deja huellas en nuestra memoria: escenarios cargados de exhibición como L’Angliru, La Covatilla, Cabeza de Manzaneda, etc. Los pasillos cargados de aficionados ratifican el apoyo a este deporte que nos enseña día a día nuestra diversidad geográfica: Desde el litoral mediterráneo (Benidorm) al picacho de Sierra Nevada; a través de la Mancha (Valdepeñas) hasta Castilla (Salamanca), la hermosa fronda gallega (Pontevedra) y el majestuoso paisaje de la cornisa cantábrica (Asturias, País Vasco, etc.). Todo un espectáculo para vista. Observar la serpiente multicolor siempre es una fiesta, aunque pasa como una exhalación, pero deja un poso muy grande en el ambiente, música singular, colores vibrantes y un sabor maravilloso (que sabe a poco siempre). Un año más Madrid se prepara para recibir en la Castellana la vuelta con vítores y alegrías, pero también con el plus de recibir a Juanjo Cobo vestido de rojo con méritos propios. Un campeón sin remilgos entre estos gigantes de la bicicleta.

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