domingo, 30 de octubre de 2011

Jardines paradisiacos para nuestros difuntos

                                                                                                                             A mi padre
La festividad de Todos los Santos es, por necesidad (pienso), una de las conmemoraciones más notorias del calendario cristiano, aún siendo Noviembre uno de los meses menos pródigos en días festivos (en su Santoral Católico). Tal significación responde sin duda al hecho de ser objeto de una de las efemérides que más directamente nos incumbe a todos, pues la muerte es, ha sido y será uno de los acontecimientos que más definen nuestras vidas; lo fue desde siempre, y así se corrobora desde tiempos ancestrales de la humanidad y en las primeras civilizaciones, que contemplan la muerte como un hecho de primera magnitud dedicándole grandes rituales. Las primeras creencias y religiones primigenias surgen al hilo del acontecimiento fatídico de la Muerte. Tal vez sea uno de los rasgos que mejor definen al ser humano frente a otros seres vivos de la naturaleza, pues el hecho de tomar conciencia de nuestra desaparición nos distingue de los animales. Muchos son los ritos, los cultos mortuorios y las festividades que se celebran.
Cada civilización han desarrollado a lo largo de su historia su propia Cultura y Experiencia de la Muerte, interpretándola de forma sui géneris, con tratamiento muy diverso, rituales distintos y formulaciones conceptuales plurales para una conmemoración tan aciaga; sobra señalar en este sentido la diversidad de conceptos que se argumentan en cuanto a vidas de ultratumba, reencarnaciones, resurrección, etc. Para el Orbe Cristiano una efeméride tan señalada como esta, a partir de San Odón –que incorporó la festividad en el 998–, ha propiciado todo un legado de rituales y experiencias conmemorativas que nos embargan en estos días de Noviembre en el recuerdo de nuestros difuntos. En este caso la motivación está sobrada, pues nadie en este mundo se libra de tener razones más que suficientes para esta celebración.
Claro está, de otra parte, que el simbolismo de la Muerte y día de Todos los Santos fue asociado por parte de la Iglesia Católica a cuestiones astronómicas y climatológicas; la estratégica fecha de Noviembre sintoniza perfectamente con el calendario agrícola y motivaciones meteorológicas que facilitan la efeméride: con el fin del estío, el mal tiempo ya ha entrado de forma definitiva; el otoño propicia la caída de las hojas de los árboles y la renovación de la naturaleza; los contratos tradicionales de arrendamiento (San Miguel) ya se han hecho y el terruño ya está preparado para la siembra de los cereales. Se cierne un cierto tiempo de ocio, un paréntesis que fue aprehendido de forma hábil por la institución eclesiástica; y se estaba ya en el umbral de la matanza, que habría de definir en fechas próximas una de las tareas (y festividad) más importantes de las economías rurales. Todo ello corrobora un ambiente de renovación y disposición para la reflexión (hasta en la Literatura, recuérdese el Tenorio de Zorrilla), que será de forma grave aplicándose a la muerte de los seres queridos; los más próximos que definen nuestra propia vida y existencia (pues la muerte de los tuyos es también paulatinamente la tuya).
Simplemente queremos realizar aquí, más allá de profundizaciones antropológicas, una referencia (dolorosa, por lo que nos cumple) del ritual que aún prevalece en estos días significados de Todos Los Santos y Difuntos. Atrás quedan en el tiempo las celebraciones con simbólicas colaciones, gestos de tintes festivos (alegrías, iluminación de calabazas, etc.; resabios de las celebraciones catacumbarias), etc., prevaleciendo simplemente en algunos lugares las secuelas culinarias de los huesos de santo, buñuelos, gachas, yemas, etc.; o la fiesta del controvertido Halloveen totalmente descontextualizado en nuestra Cultura. En la celebración más seria prevalecen simplemente los oficios religiosos (misas, responsos, etc.), visitas al cementerio y  limpieza de tumbas. Sin embargo, merece recordarse el hecho simbólico –de conceptualización profunda– de llevar flores a nuestros seres queridos: ni más ni menos que convertir al Campo Santo en paradisiacos jardines, revirtiendo la naturaleza muerta en naturaleza viva; haciendo vívidos nuestros sentimientos más puros y recordando con gran dolor a los seres queridos, que nos dejaron, pero a quienes queremos mantener siempre en nuestra memoria de facto (aunque siempre los tengamos con nosotros). Las flores cumplen como nadie, aún en otoño, con este deseo de reencuentro con los nuestros dándonos todo su color y su fragancia.

sábado, 22 de octubre de 2011

El Declive de Occidente

Un altisonante titular que ensalza palabras mayores, recuerda un epígrafe de Historia o sentencia tal vez una verdad incierta o un pensamiento derrotista. Sin embargo, son ya muchos los ecos de personas capacitadas e intelectuales de altura que subrayan cambios de importancia en el mundo en que vivimos. Es obvio que con la complejidad de la tierra y sus habitantes nadie conoce a ciencia cierta las normas del Universo humano (sociopolítico y económico) ni los derroteros por los que marcha; tal vez no seamos capaces de ver delante de nuestras narices los horizontes más cercanos, y seguramente que los grandes cambios no se operen en varias decenas de años, como viene demostrado la Historia. Pero es evidente que soplan vientos de cambio. Las profundas crisis de nuestros días pueden hacernos pensar en un simple hito en el camino, un pequeño bache en el recorrido de nuestras formas de vida, sistemas económicos y articulaciones sociales, pero las sintomatologías son bastante agudas, alargadas en el tiempo e imposibles de diagnosticar con acierto; y eso deja bastante desconcierto, sobre todo cuando es una gran parte del globo la que se resiente al unísono de estos bamboleos al ritmo del barco de Occidente. Muy pocas veces se han trasmitido de forma tan convulsa y generalizada movimientos sociales al son del desaliento y la disconformidad, sensibilizándose de forma rapidísima con el beneplácito de las redes sociales (Twitter, Facebook, google+, etc.) e irradiándose a todos los puntos de la tierra.
De muy difícil discernimiento resultan las causas profundas del desencanto, pero existen realidades de gran objetividad que afloran por doquier, y difícilmente se pueden ya solapar con simples gestos o fáciles palabrerías. La vieja Europa y el imperio de Occidente (con EE. UU a la cabeza) han desarrollado en las últimas centurias sistemas sociopolíticos, económicos y culturales que han tenido vigencia y alcanzado sus puntos álgidos, arrastrando a medio mundo en sus formas y estilos de vida; denostando a su vez la otra mitad de la tierra hacia la defenestración, el hambre y el olvido. En Occidente se han constituido poderes políticos (democráticos) y económicos (liberales) avanzados desde los orígenes de la humanidad, consiguiendo sin embargo desvirtuarse de forma grave en sus maneras de operar y en los objetivos iniciales. La crisis mundial que nos atenaza pone sobre la mesa, y cada día con más fuerza, la ineficacia de los grandes poderes económicos (OCDM, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Central Europeo, Bancos Nacionales, etc.), su incapacidad para resolver los problemas o hacerlo a favor de los ciudadanos. Los bancos y grandes mercados, brokers (que incluso alardean) y financieras campan a sus anchas en la defensa de unos bienes y patrimonios que se han convertido en los ejes vertebradores del sistema. Son esenciales para sostener la economía mundial, y paradójicamente hay que recapitalizarlos para que la máquina no pare. Las instituciones políticas (comisarios europeos, Parlamentos, etc.) bailan al son de los poderes económicos y alegremente ensalzan los principios de soberanía nacional, que difícilmente se pueden compaginar ni admitir por un mundo que ya no es analfabeto (o no debiera serlo); sobre todo cuando diariamente se nos advierte de corruptelas de políticos, ejecutivos de las finanzas, etc. El resultado no puede ser otro que los desbarajustes económicos en cadena (deudas, déficits, desempleo, quebrantamiento de países), el afloramiento de estructuras sociales insostenibles en muchos países y la imposibilidad de encontrar salidas viables. Los mandatarios del mundo (Obama, G20, G5) dan pasos erráticos sin saber muy bien hacia donde viran, intentando mantener el timón de una embarcación que zozobra en un mar incontrolable donde apenas si aún han llegado las primeras tormentas.
Todo este panorama de incierto final tal vez vislumbre a medio y largo plazo un profundo cambio de nuestro mundo, de los sistemas socioeconómicos vigentes y de la geopolítica de la tierra. De momento de nada sirven los avezados economistas, ni políticos ni analistas que todo lo saben, que están completamente desorientados. No obstante, no hace falta ser apocalíptico para subrayar que a lo largo de la Historia han caído imperios y civilizaciones, formas económicas y organizaciones sociales bien asentadas; tampoco grandes gurús de la futurología para entender que algo está cambiando y tal vez nuestro mundo se desmorona; y seguramente se producirán cambios y transformaciones sobre nuestras formas de vida, potencias actuales y las mentalidades del dominio occidental. Los movimientos de Oriente Próximo son chirriantes, y ahí están a la puerta las potencias emergentes del dragón asiático dormido (China, India, etc.) y otras partes del globo (Brasil), que se viene desperezando con presteza  y muy pronto nos enseñarán las garras. De momento ya le rendimos pleitesía y nos prestamos a aprender el chino. Muy deseable sería, más allá de las incertidumbres actuales, que se avanzara en principios de solidaridad y equilibrio en la tierra, formas políticas democráticas y los valores fundamentales alcanzados por la humanidad durante milenios

miércoles, 12 de octubre de 2011

El Imperio de Twitter

Un poder arrollador, claro que sí. Hasta el punto de pensar que si un individuo no está ahí parece que no existe. Tal es el poder de esta red social que en nuestros días, junto a otras (Faceboock, google+, etc.), campa a sus anchas por los espacios etéreos del universo y las esferas domésticas más variadas; desde la insistencia ubicua en los medios de comunicación a las instituciones, medios políticos, círculos de amistad y escalas internacionales. Realmente es sobrecogedor el impacto que tiene este medio y la utilización que se hace y puede hacer de él. Desde su conformación tecnológica y con sus limitaciones (mensajes de no más de 140 caracteres) se ha incrustado en nuestras vidas asumiendo el liderazgo frente a otros medios tradicionales, sin necesidad de desplazarlos, simplemente integrándose en ellos de forma contundente; y hasta dominándolos. Resulta compleja la interpretación de este engendro, porque partiendo de una formulación simple (pequeños mensajes) alcanza metas de muy distinta naturaleza. Como una simple red social su función sería fácilmente definible, pues al fin de cuentas se trata de poner en comunicación a varios individuos que tienen (o pueden tener) intereses en común; sin embargo, un postulado tan simple se convierte en complejo cuando los enlaces se multiplican en muy corto espacio de tiempo en millones de relaciones. Ahí está precisamente en quid de la cuestión. A partir de esta base, con una proyección social inmensa –y consecuentemente de otro género (política, económica, cultural, etc.)– resulta ya imposible determinar cuál es su finalidad. No se sabe ya muy bien para qué está, pero tampoco cuáles son los cauces por los que se expande ni quien dinamiza o puede ralentizar este medio. Es cierto que se trata de recurso comunicativo con el que se consigue la universalización de las noticias y eventos, pues cualquiera de nosotros se convierte en emisor de un acontecimiento determinado, en periodistas avezados desde los lugares más recónditos de la tierra; aunque no calificados, ni tal vez honestos ni rigurosos, pero sí mensajeros raudos. Esa inmensidad de tweets (mensajes) se expande como la espuma por todos los países, ciudadanos, profesionales e instituciones. Se ha producido la mayor democratización a través de un recurso tecnológico: No solamente para emitir informaciones, sino para criticar políticas; acusar situaciones; generar movimientos sociales; originar levantamientos diversos, etc. No obstante, sobre el poder de las redes deben estar bien advertidos los poderes políticos y económicos, que se allegan cada día más a su utilización; conociendo el contrapunto de no ser fácilmente controlables por los mandatarios tradicionales. Buena prueba de ello la tenemos en las revoluciones de Oriente Próximo, que en buena medida han estado dinamizadas por el pulso invisible de las redes. También es cierto que en nuestros días Twitter no es ajeno a la influencia de poderes mediáticos, y existe una relación intrínseca entre ellos, pues las potentes marcas internaciones y promotoras ejercen ahora su influencia a través de la red: Ahí está Lady Gaga con el mayor número de cuentas. Con todo ello, se ha puesto ante los ojos del ciudadano un recurso de muchísimo valor, una golosina que a menudo se desperdicia en menudencias de intercambios insulsos con los amigos; a veces incluso no somos siquiera conscientes de las potencialidades de sus prestaciones, quedándonos en lo más superficial. Los vaivenes son inmensos en un mar de usuarios, pluralidades de todo tipo de uso y recepción. Lo cierto es que la ingenuidad queda también para el usuario medio, pues los poderes fácticos saben aprovechar el invento con muchísima precisión (con tiempo, recursos, etc.), con eficiencia y eficacia, y ahí sí que los resultados buscados no son para nada ingenuos.

miércoles, 5 de octubre de 2011

EUROPA DESAPARECIDA

Nada extraña que el ciudadano de a pie se encuentre desorientado, completamente fuera de órbita, porque no es para menos. Llevamos décadas oyendo hablar de la construcción de Europa desde el mítico tratado de Roma (1957), con las subsiguientes transformaciones de aquel club de seises en lo económico y político. Primeramente de los intereses políticos que se postulaban para que el viejo continente pusiera cara a las otras esferas del mundo; la progresiva incorporación de países para dar cohesión al conjunto, un sentido y una orientación; luego la imprescindible unidad monetaria (Unión Económica y Monetaria) –ya desde los orígenes– para crear un mercado interior, haciendo converger las políticas particulares y la estabilidad económica y el crecimiento. La creación progresiva de instituciones políticas y el reforzamiento de miembros parecía que asentaba los cimientos de uno de los consorcios más poderosos de la tierra (mundo rico). A lo largo de nuestras vidas hemos convivido con políticos y burócratas, acuerdos y tratados (Acta de la UE, Tratado de la UE, Niza, Maastricht) que nos hablaban de una Europa vigorosa, en la que necesariamente había que participar con ahínco –como seguramente debía de ser–, con la que teníamos que crecer y desarrollarnos. No se podía existir fuera de ella. Una y otra vez los  ciudadanos europeos hemos delegado en cientos de parlamentarios, comisarios, ministros y presidentes para vislumbrar ese paraíso terrenal que los gurus de Europa han puesto ante nuestros ojos. En las etapas de vacas gordas se han generado mercados descomunales y se han compensado deficiencias (estructurales y territoriales) con principios de solidaridad –y eso nadie lo duda–, pero también se han suscitado incertidumbres y faltas de legitimidad, que realmente son muy graves; léanse las precarias participaciones electorales (49,8 en 1999; 45,5 en 2004) que fueron realmente chirriantes, que evidencian un déficit democrático. A pesar de todo, los ciudadanos hemos creído en Europa con los ojos cerrados, a pesar de la burocratización, graves desequilibrios y políticos hábilmente asentados en esas esferas de poder. A pesar de la solidez institucional, muchos países aún ven a la Unión Europea en la lejanía, cargada de protocolos, políticos cuneros y con un revestimiento (formal y de vacuo contenido) que poco dice tal vez de su importancia. Pero más allá de las apariencias –que pueden o no ser ciertas– las verdades del barquero se calibran en los momentos de verdad, en las dificultades políticas y económicas que dejan ver el estado de la cuestión. Diariamente observamos la supremacía que ejercen determinados países (Alemania, Francia, etc) de forma incontestable y la comparsa palmera de las demás; quiénes conminan al resto con cartas y comunicados, telefonazos, etc; cuándo se hacen constituciones (y como) y cuando se paralizan, sin saber muy bien porqué. Eso deja muy a las claras la constitución de esa Europa que creíamos unida y bien forjada, porque la verdad es bien distinta. La crisis internacional de los últimos años ha dejado al descubierto muchas cosas, a pesar de que los ciudadanos europeos siempre pecamos de ingenuos y tenemos no poca ignorancia de los grandes asuntos de Unión Europea. La creación del Euro fue el no va más para unificar mercados; y el Banco Central Europeo se enaltecía para mantener la estabilidad de precios y apoyar la políticas generales. En la actualidad simplemente existe al tenor de las coyunturas y al servicios de las políticas; sin tener ya muy clara la orientación ni la intervención (ni dónde, ni cuándo ni para qué). Hoy día no se sabe realmente donde está Europa, ni a nivel económico ni político, siempre al dictado del faro norteamericano, que da lecciones a pesar de no estar tampoco para muchas pedagogías; los mercados y las financieras internacionales imponen su imperio sin la mínima contemplación, coexistiendo sin reglas ni instituciones que les paren los pies; y cada cual quiere salvar los muebles de su casa. El caso de Grecia es ejemplificador, cuando no hemos sido capaces de solucionar su deuda con los apoyos suficientes y se encuentra al borde de la quiebra. ¿Dónde estaban los órganos controladores de Europa, los tribunales de cuentas, los reguladores de criterios económicos previos? Lo malo del asunto es que las piezas del dominó no paran, y ahí estamos en fila los demás esperando a ver qué pasa. Los líderes europeos brillan por su ausencia, y no se sabe muy bien para qué están las instituciones, los Herman Van Ropuy, Catherine Ashton, Barroso, comisarios económicos, etc. No sabemos ni cuáles son las políticas existentes (si es que las hay), las exigibles ni las futuribles. Día a día sufrimos al dictado de los mercados que campan a sus anchas; al vaivén de los exabruptos de los políticos incompetentes, que difícilmente ya  pueden convencer a nadie; y sobre todo ante la gravedad de una economía doméstica que nos hace sentir a diario la verdadera situación. La Unión Europea no aparece por ninguna parte, porque ¿Quién manda en Europa?
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