domingo, 22 de abril de 2012

Día de la Tierra


No me gustan las efemérides de un día, que quedan la mayor parte de las veces en agua de borrajas, pero no dejan de ser una llamada de atención a buena parte de la población con sentido común. Que debería ser la mayoría. Como dictan las reseñas del fundador de la onomástica, deberíamos tomar en consideración de forma seria los problemas de nuestro planeta: en relación con la población que habitamos en ella (7000 millones); la contaminación que producimos en términos de incontinencia; la constante degradación de la biodiversidad y otros problemas tan graves y acuciantes como el agua, que en buena parte determina nuestra existencia. Las problemáticas son tan relevantes, y fáciles de entender, que no necesitaríamos que nadie nos los explicara, pero no sé porqué extraña razón no alcanzamos a conocerlas ni comprenderlas, ni a tomar conciencia de la gravedad; ni por supuesto a actuar o intervenir de forma inteligente. Seguramente son las mismas razones que para los grandes problemas de la humanidad, como el hambre y la degradación social de miles de personas. Al mundo rico le quedan muy lejos y le resulta muy fácil esconder la sensibilidad bajo el tamiz de una vida acomodada y una sociedad de bienestar a ultranza, se quiebre lo se quiebre, aunque sean seres iguales a nosotros –pero en el otro lado del charco –; así como un medio natural que nada nos conmueve, más allá de ser escenario de aventura de nuestras vacaciones, escenografía de película o cantinela de ecologistas estancados en los radicalismos de siempre. Nuestra vida transita con alegría por el teatro urbanita que se entiende como algo ajeno al espacio y a la tierra, sin darnos cuenta de que nuestros cimientos físicos, económicos, sociales y de otra índole no son nada sin el cuidado de nuestra tierra. A estas alturas resultan manidas las cifras sobre la sobreexplotación de recursos, el abuso de fuentes energéticas (gas, petróleo..) o la atroz industrialización y su contaminación incesante. Los grandes monopolios y las internacionales caminan a sus anchas sin control, ejerciendo además una poderosa tutela sobre los poderes políticos. De muy poco sirven las conferencias internacionales sobre medio ambiente (límites de emisiones, control de talas, etcétera), pues los que de verdad gobiernan en el mundo saben muy bien quién manda en ellos y porqué están donde están. Las soluciones se me antojan muy difíciles bajo estos parámetros de dependencia, y solamente cuando estemos con la soga al cuello y prácticamente ahorcados nos daremos cuenta de que nosotros hemos puesto la tarima, la soga y el madero. Para los más optimistas, siempre queda la retórica bobalicona que de que el hombre siempre encuentra soluciones, antes o después. Tal vez no siempre. Y el precio lo estamos ya pagando muy caro, aunque no quiera verse. Nos cuesta mucho renunciar a cuestiones de crecimiento y prosperidad, eso es cierto, pero se pueden moderar usos y costumbres abusivas (agua, energía, consumos inadecuados...), que necesariamente tienen que llegar por la vía de la concienciación y la acción individual, pues solamente en cada una de nuestras manos está la solución. La tierra sigue dándonos oportunidades. Un buen ejemplo lo tenemos en esa enorme bolsa de agua descubierta en el desierto, que ocupa cerca de 500.000 kilómetros cúbicos bajo el subsuelo africano: un océano enterrado bajo las arenas que podría calmar la sed de más de trescientos millones de africanos. Es asombroso cómo nos sorprende la vida con este ingente depósito de agua, de hace más de cinco mil años, que nos habla de que sobre las inhóspitas arenas de Argelia, Libia o Chad hubo también hubo un vergel sobre la tierra. No deja de ser un dato para la esperanza.


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