domingo, 3 de mayo de 2015

MADRE


Desde los tiempos más remotos el ser humano ha rendido culto a las madres. La Prehistoria nos ha dejado muestras muy hermosas y elocuentes de lo que significaba la fecundidad (la típicas venus), con un carácter artístico arrebatador y un sentido biológico incuestionable. En nuestros días aún seguimos la inercia de los ancestros, probablemente con los mismos motivos de antaño (en parte) y con los estímulos insoslayables de la sociedad de consumo (día de la madre), que en forma alguna pierde punto en una veta tan importante. Sin duda se trata de un tema de mucha enjundia. La maternidad es un hecho biológico que deja huellas indelebles, tanto para la madre como para el hijo, que podemos observar en todos los mamíferos con comportamientos bien expresivos en la defensa de los pequeñuelos ante el mínimo peligro. El ser humano sentencia iguales comportamientos –generalmente– desde los primeros momentos, si bien la irradiación de la madre se amplía en los años subsiguientes de la crianza, durante el desarrollo fisiológico y de otras naturalezas. Lo más destacable resulta, sin embargo, la consideración cultural que supone el rol de la madre en las culturas occidentales, que va mucho más allá de las cuestiones primarias, constituyendo durante un período largo (distinto a otros mamíferos) un pilar fundamental en un modelo social y familiar determinado; revalorizándose hoy día, en distinto tenor, el extraordinario papel que representa –y debe representar– la figura paterna en un plano de igualdad. Más allá de las controversias que ha propiciado el tema al respecto de los roles paternos, sobre la preponderancia o preeminencia de uno sobre otro en diferentes planos (afectivo, social, jerárquico…), lo cierto es que la madre representa un pilar sustancial, muy especialmente en el ámbito afectivo (por encima de las cuestiones culturales aprendidas). Son tantos los débitos que tenemos con nuestras madres que sería ociosa cualquier relación de intenciones, pues desde pequeños –al menos yo– nos encontramos con un suma y sigue constante en el apartado del debe; aunque curiosamente, en la esfera recíproca del haber materno no representa nada, pues todo lo hacen desinteresadamente sin pedir nada a cambio. Las madres dan la vida por nosotros sin contemplación del mínimo rédito. Sus dádivas son constantes y alargadas al infinito, sin menoscabo de incurrir en precariedad alguna o falta de fondos, porque aquí siempre los hay y son firmes como una roca. Aún recuerdo a una profesora de Filosofía primeriza, que nos contaba en clase la admiración que le producía su hijo (siendo muy pequeño) cuando la reclamaba al despertar de una pesadilla, o ante la desaparición de la vista de su madre: la criatura sollozaba con angustia, miedo, inquietud, desesperación, incertidumbre, pánico, rabia, con anhelo y deseo de encontrar a su madre…; y todo ello con una sola palabra,  ¡mamá!, con múltiples entonaciones, sembrando cada expresión con una emotividad diferente. Según mi querida profesora, resultaba un espectáculo apasionante escuchar las mil voces de su hijo, que con una sola palabra pronunciada sintetizaba las mis cosas que le faltaban y que su progenitora le ofrecía: presencia, cariño, seguridad, afecto, certeza, tranquilidad…. Todo eso es una madre. JAMM

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